No somos un Estado fallido.
Como una plegaria escuché repetirse esa frase entre amigos y conocidos, entre televisión y espectadores, cuando a inicios de la Administración Obama a México se le comenzó a llamar de esta manera.
No somos un Estado fallido.
En pocas cosas había acuerdo entre la clase política: no somos un Estado fallido; como la Selección mexicana de fútbol, esta es una cuestión de fe.
No somos un Estado fallido.
El sábado 11 y el domingo 12 de julio de 2009, organizaciones criminales organizadas -que no sólo se dedican al tráfico de drogas, sino a una variedad amplia de negocios-, atacaron cuarteles de la Policía Federal Preventiva, dejando cinco muertos y unas decenas de heridos, como respuesta a la detención del jefe Arnaldo Rueda Medina “La Minsa”.
No somos un Estado fallido.
Benjamín Le Barón y Luis Whitman, activistas antisecuestros mormones mexicanos, fueron torturados frente a su familia, para después ser asesinados el 7 de julio, en Chihuahua. Al costado de sus cuerpos apareció una nota, firmada por El General: “Para que entiendan los de Le Barón, esto es por los 25 jóvenes levantados en Nicolás Bravo, el siguiente de la lista es Klery Jones”.
No somos un Estado fallido.
Más de una década de asesinatos sistematizados de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua. Más de una década de impunidad y desinterés gubernamental por encontrar no sólo culpables, sino soluciones a esta atroz violencia.
No somos un Estado fallido. Sólo somos un Estado donde el gobierno “legitimo” es incapaz de controlar su territorio. Sólo somos un Estado en el cual las organizaciones delictivas son capaces de atacar a las fuerzas gubernamentales con total libertad, en represalia de la detención de uno de sus hombres fuertes.
No somos un Estado fallido. Sólo somos un Estado donde las organizaciones criminales pueden con impunidad asesinar a quien les resulte un obstáculo, a quien les resulte un placer.
No somos un Estado fallido. Sólo somos un Estado donde el gobierno es incapaz de proveer las condiciones mínimas de seguridad a sus pobladores; en el cual el crimen es capaz de señalar su próxima victima y tener la certeza de que éste será asesinado.
No somos un Estado fallido. Sólo somos un Estado cuya estructura ha sido penetrada a tal grado por las organizaciones criminales que no es capaz de, en 10 años, ofrecer la más mínima esperanza de justicia a las familias de las mujeres cruelmente violadas, torturadas y asesinadas en Ciudad Juárez.
No somos un Estado fallido. Sólo somos un Estado en el cual los partidos políticos y la clase política en general pierden progresivamente una precaria legitimidad, donde el voto nulo es la cuarta fuerza política, y los que se abstienen, históricamente, han sido más que los que votan por un partido dado.
No somos un Estado fallido, plegaria errada. No somos un Estado fallido, ilusión insostenible. No somos un Estado fallido, dogma de fe desgarrado por la pesada violencia de la realidad.
Mero error de puntuación, de cadencia en la voz, de precisión en las palabras. La frase correcta en México es: “no; somos un Estado fallido”. En aras de la economía del lenguaje, diré solamente: “somos un Estado fallido.”
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