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La maravillosa transición española

A mis hermanos españoles, los Santamaría en su dolor.

 

Escribo para mis amigos, los jóvenes aficionados a la historia política. Para los sabuesos de ella, esto sería reiterativo, nada novedoso. Me refiero a aquel portentoso ejemplo de hacer política con el interés puesto en el de la nación que se dio en la España posfranquista y que salvó al país de hundirse en una desmembración peor que la denominada las dos Españas, que naturalmente desagrada a los españoles.

Los pactos de la Moncloa fueron los acuerdos firmados en el Palacio de la Moncloa al inicio de la transición española el 27 de octubre de 1977 entre el gobierno de España, personificado por Adolfo Suárez, los principales partidos políticos con representación en el Congreso de los Diputados, las asociaciones empresariales y el sindicato Comisiones Obreras, con el objetivo de procurar la estabilización del proceso de transición política al sistema democrático, así como adoptar una política económica que contuviera la galopante inflación que alcanzaba el 47 por ciento.

En el terreno político, se acordó modificar las restricciones de la libertad de prensa, quedando prohibida la censura; se modificó la legislación sobre secretos oficiales para permitir el acceso a la información; se aprobaron los derechos de reunión, de asociación política y la libertad de expresión mediante la propaganda, se creó el delito de tortura; se reconoció la asistencia judicial a los detenidos; se despenalizó el adulterio y el amancebamiento; se derogó la supremacía de la jurisdicción penal militar sobre la civil.

En materia económica, se reconoció el despido libre para un máximo del 5 por ciento de las plantillas de las empresas, el derecho de asociación sindical, el límite de incremento de salarios se fijó en el 22 por ciento (inflación prevista para el año siguiente: 1978), se estableció una contención de la masa monetaria y la devaluación de la peseta para contener la inflación; reforma de la administración tributaria ante el déficit público, así como medidas de control financiero a través del gobierno y del Banco de España ante el riesgo de quiebras bancarias y la fuga de capitales.

Lo más importante, por significativo en materia política y después de tantos años de persecución, durante la transición, el Partido Comunista Español vuelve a la legalidad (9 de abril de 1977). Fue un acto emblemático que requirió de un gran valor de Adolfo Suárez y de la solidaridad de todos los convocados, ya que habrá que recordarlo, el Ejército, con todo el peso político que aún tenía, se opuso terminantemente aduciendo que “es el enemigo con el que hemos batallado por décadas”.

Los firmantes fueron, finalmente, Adolfo Suárez, ex falangista,  presidente del gobierno a nombre de éste; Leopoldo Calvo-Sotelo, monarquista centro liberal; Felipe González, por el Partido Socialista Obrero Español; Santiago Carrillo, por el Partido Comunista de España, adherido desde 1919 a la Tercera Internacional; Enrique Tierno Galván, por el Partido Socialista Popular; Manuel Fraga, por Alianza Popular, de la extrema derecha franquista que no suscribió el acuerdo político, pero sí el económico.

Los riesgos de que no se hubieran asumido, habrían hundido a España, tan traumatizada y polarizada después de 40 años de franquismo, en un inmanejable estado de actitudes irreconciliables, sencillamente sin destino, no como fue afortunadamente su lúcida vuelta a la democracia.

En lo personal, la transición española me ha fascinado. Tuve ocasión de ver el increíble fin del franquismo, la sumisión de un pueblo por cuarenta años que mentalmente aún no la ha superado (todavía abundan sus suspirantes) y posteriormente el prodigio de ver que es posible poner los intereses de la patria por encima de los partidistas e individuales.

Siendo el deporte favorito del español, el vivir molesto con su país, iconoclasia que la Real Academia define como el “rompedor de imágenes”, será muy fácil que se contradigan las líneas anteriores, que se expresan por quien desde fuera ha visto ese prodigio de transformación.

Los líderes de los movimientos ideológicos que participaron son dignos de admiración. Procedían de las más encontradas doctrinas, vivían un momento de terrible confusión al desaparecer Franco, algunos de ellos podrían abrigar sentimientos de venganza, otros de defensa de lo que los había formado y mantenido en el poder, pero no fue así. Dieron lo que debían dar, su fe en España y su compromiso sin expectativas de retribución. Unos fueron presidentes del gobierno, otros ministros, otros alcaldes, todos tienen un lugar en la historia, un pedestal en la galería de los Señores.

Y de la transición mexicana, ¿qué decir? Planteamiento bien complejo, que obligaría a apartarse de las sesudas interpretaciones e invitaría a hacer juicios primarios pero serios. Nuestra transición sencillamente no existe, los cambios de estos últimos 10 años son los cambios que trae la vida a todo ser vivo. ¿Cuáles son, en dónde están nuestros campeones?