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SIEMPRE
Regino Díaz Redondo
Madrid.- “Hay que quitarse las telarañas mentales, la crisis del 95 fue un cataclismo social y moral, porque de ahí partieron las dificultades de estos años”, afirmó el ex presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari durante una conferencia dictada en la Residencia de Estudiantes de Madrid.
Estas palabras, inéditas, no fueron publicadas en ningún medio español ni mexicano, pese a la presencia de periodistas y una nube de informadores de diarios, radio y TV que no pudieron o no quisieron interpretar esta sólida tesis.
Salinas, más entrado en carnes, igual lucidez —los ojitos se mueven incansables de un lado a otro de la sala semillena en la que habló sobre México entre el norte y el sur—, sereno y, a veces sarcástico, hizo un análisis de lo benéfico que fue para México el Tratado de Libre Comercio y de cómo se luchó en todos los frentes para conseguirlo en 1994.
Habló el ex jefe del Ejecutivo de cómo hasta el último momento se mantuvo la incertidumbre sobre la aprobación o no del tratado comercial por el Senado de Estados Unidos. Me consta.
Evocación del TLC
Viví algunos de estos momentos junto a él, cuando hablábamos en Los Pinos. Un par de días antes de lograrlo, el rostro del caricaturizado presidente reflejaba la preocupación ante la posibilidad de que el Congreso de Estados Unidos rechazara el acuerdo. Su inquietud era real y profunda. Jamás se mostró pesimista, pero ya pensaba en qué hacer si el acuerdo no hubiera sido aceptado.
Por fin, me dijo un día: “Nunca hicimos tantos esfuerzos, lobismos, encuentros continuos con políticos estadunidenses, elaboración de documentos que demostraba la bondad del tratado comercial”. Sostuvo en ese entonces que los contactos con el embajador mexicano en Washington y con el resto de los economistas y políticos que trabajan para conseguirlo, fue exitoso.
Vivimos un momento de gran tensión. Y, después, el descanso. La respiración se normalizó y a partir de ese momento, el país empezó a recibir los beneficios.
Antes de iniciar su plática el ex presidente Salinas, dos personas se manifestaron en su contra con pequeños carteles hechos a mano.
Inmediatamente desaparecieron. Ni gritos de protesta ni alarde de acusaciones. Salinas, desde el régimen de Ernesto Zedillo, ha sido blanco de la peor agresión sufrida por un mandatario en la larga historia de la política mexicana, desde Plutarco Elías Calles a la fecha.
“Sufrimos decepciones”, asegura, y se refirió a los distintos estereotipos que se presentaron posteriormente hasta culminar en 2008 en que se lograron recaudar 300 mil millones de pesos gracias al tratado comercial.
Después de la crisis, señaló, hubo una importante falta de recursos estructurales.
Creo yo, y Salinas lo dio a entender, que no se hicieron bien las cosas pero él jamás emitió en esta charla un solo juicio contrario al periodo sexenal que lo sucedió.
Dejó bien claro que el “TLC es y fue un instrumento, no una panacea porque siempre son problemáticas las relaciones con un vecino que es el país más poderoso del mundo”.
Tres, cuatro veces, se refirió limpiamente a la “crisis del 95” y de ahí cogió el hilo para descubrir a los que estábamos presentes en la sala algunas de sus conversaciones con el presidente Bush —“no W. Bush”—. Calificó al primero como una persona sensata con la que se podía hablar desde la diferencia de opiniones y de intereses.
En una razonable crítica, sin mencionar fechas, no tuvo empacho en señalar que “México miró al norte y se olvidó del sur”.
Consideró que el tratado comercial tardó en dar resultados apetecibles y evidentes.
No era prioritario para el siguiente gobierno, aunque las autoridades no tardaron en darse cuenta de la importancia de utilizarlo. Y lo pusieron en un tapete usado y visto con recelo.
En uno de sus encuentros con George Bush I, explicó Salinas en su conferencia, “se trataron asuntos que eran vitales” para nuestro país.
“El presidente George Bush —recordó Salinas— me dijo que era conveniente aplicar el fast-track en nuestras relaciones comerciales”.
Así el gobierno salinista respondió que “además del libre tránsito de mercancías era imprescindible también la libre circulación de
personas”, en un afán por combatir la fuga de braceros hacia el norte.
Bush le contestó “que eso podía considerarse pero que a cambio exigía que Estados Unidos tuviera inversiones en la industria petrolera”.
El ex presidente explicó: “Yo me negué y el problema de los braceros no pudo resolverse”.
Arropado por políticos españoles y mexicanos, entre los que se encontraba el ex secretario de Hacienda Francisco Gil, Salinas sostuvo que “la globalización era el único camino para seguir adelante”. Y puso un ejemplo: “Fidel Castro me dijo que echar abajo la globalización era como negar la ley de la gravedad”.
De su intervención aquí en Madrid, sólo El País publicó una nota en interiores, e inocua.
En ese momento, Estados Unidos, explica, “no tenía suficientes recursos para colaborar eficientemente con México. O sea que negociamos con un país rico que, internamente, era pobre porque tenía otros compromisos con su gente”.
Durante su sexenio, Salinas admite que “hubo que ser responsables. No se puede presionar a un país tan poderoso. No es una buena recomendación”.
Sin problemas de identidad
No faltó su momento de humor. Expresó Salinas: “Les voy a decir lo que me comentó un amigo israelí: «ustedes se quejan de que están muy lejos de Dios, pero muy cerca de Estados Unidos, y nosotros tenemos otro estribillo: tan cerca de Dios y tan lejos de Estados Unidos»”.
También reconoció que durante su mandato, y quizá después, “hubo tensiones y desacuerdos políticos”, pero no le dio importancia.
Dejó claro que México no tiene problemas de identidad y que “la geopolítica es internacional y nunca local”, porque no se puede caminar sin entender esta praxis.
El porqué realizó subastas de bienes públicos, previo análisis de la situación, fue “para incrementar el gasto social”. Así de simple.
Hay que recordar que en diciembre de 1995 pocos días después de la toma de posesión de Zedillo ocurrió la gran devaluación y la crisis se apoderó de la economía y política mexicanas. En ese entonces, hacia el 18 de septiembre, el sacrificado fue el entonces el secretario de Hacienda, Jaime Serra Puche, que calló por decencia.
El presidente Zedillo
Permítanme dejarles claro que el presidente Zedillo fue un hombre admirable. Se convirtió en el democratizador del país. Tuvo el valor de permitir que en la calle se burlaran de Salinas con grotescas caretas. Porque era necesario respetar la libre expresión de la gente, decía.
Luego, con este loado razonamiento, se alejó de su partido, el PRI, porque, según él, había que permitir a la oposición que se manifestara como quisiese.
Su relación con el ente político que le llevó al poder fue casi nula. Eso sí, no hay duda, está claro, fue un presidente sin sinuosidades, amigos de sus amigos, nunca traicionó a nadie, hizo sus pininos con éxito en el asunto de la libertad de prensa, y no engañó al director de un periódico cuando lo invitó con mucha insistencia a ir a una entrega de premios en el Salón López Mateos para darle una puñalada política. No, no lo engaño, ni mintió. Siempre avisó lo que iba a ocurrir.
Y lo mismo pasó después en octubre del 2000. No supo del acuerdo secreto que permitió un golpe de mano, con complicidad de Vicente Fox y el beneplácito de Andrés Manuel López Obrador, para cambiar las cosas en el mejor diario de México.
“Porque yo soy un demócrata”, sostuvo siempre. Fue el estruendosamente democratizador quien acabó con un diario que no le era molesto y con un PRI al que nunca despreció.
Todo un éxito de Zedillo, el transparente político.
Ahora, mister Zedillo se gana la vida honradamente trabajando para algunas transnacionales de Estados Unidos.
Admiración para tan insigne político en cuya mente nunca pasó la insidia, la venganza, el tortuosismo, la frustración, la deslealtad ni la espada flamígera del complejo de inferioridad. Porque “yo no estaba preparado para esto”.
No he visto algo parecido en mi larga vida periodística.
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