Calderón, Eliot y el México que no queremos
Margarito Cuéllar
· 2011-01-07•Acentos
El México que no queremos, del cual no nos sentimos orgullosos, el que por momentos parece ir al despeñadero, con todo y el esfuerzo de algunos sectores, grupos sociales y pocos políticos, es precisamente el México violento. El del rojo amanecer. La pesadilla de nunca acabar —lo registra la historia diaria— alcanza su nivel de crueldad en el sexenio actual.
Culpable o no, la cruz de la parroquia de Calderón va a ser este sexenio, el de los seis años que parecen un siglo.
Cansa hablar de que la cultura nacional tenga como referente cotidiano, para documentar nuestro pesimismo, términos como sicarios, enfrentamiento, cárteles, violencia, levantones, secuestros, fuego cruzado, daños colaterales, 12 mil 456 ejecuciones en menos de un años, balazos, granadas, corrupción,lavado de dinero, halcones, hechos violentos y crimen organizado.
Desde el bárbaro norte, aunque ahora casi todo el país es territorio bárbaro, una organización no gubernamental denominada Grupo Plural, reflexiona sobre una serie de tópicos nacionales relacionados con la violencia, específicamente sobre el narcotráfico.
Un primer aspecto nos indica que la violencia en México no es una novedad: “Desde la ofrenda de corazones y las guerras floridas hasta la cruenta realidad actual, el tufo a sangre ha estado presente…”, señala el documento, que luego hace referencia a Tlatelolco, Acteal, Aguas Blancas y los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez.
El mercado estadunidense de la droga, que genera un monto de 200 mil millones de dólares al año, en México —explica el documento— logra cifras de que oscilan entre los 30 mil y 40 mil millones de dólares durante el mismo periodo. Nada mal para una economía siempre en riesgo.
Respecto al lavado de dinero, llama la atención sobre un aspecto: blanquear recursos monetarios no atañe sólo al sistema bancario, sino al sector inmobiliario en su conjunto, mediante empresas de seguridad privada y las famosas casas de empeño.
Otro aspecto de esta depresión nacional tiene que ver con lo que se origina de rebote al vivir, durante un tiempo prolongado, en una sociedad cuyos parámetros de movilidad se determinan por las acciones del narco.
Esto es, el narco es escuela. A la larga termina convirtiéndose en un ejemplo (para mal) a seguir por sectores desprotegidos de la sociedad. Y todo mundo acarrea agua a su molino. Al grado de que policías municipales mal pagados y adolescentes con pocas oportunidades de acceso a educación y desarrollo prefieren correr el riesgo de una vida, si bien corta, que les permita los lujos que no tendrán siendo hombres de bien.
El laberinto de nuestra soledad, se señala en otro apartado del documento, tiene que ver con que “un amplio sector de la sociedad mexicana se siente desamparado, invadido por un sentimiento de abandono y alejamiento de un gobierno que no cumple cabalmente con el mandato elemental de proteger nuestra integridad personal. Esta situación ha incidido negativamente en la forma de vivir de mucha gente que, sobre todo en ciertas comunidades, se encuentran enclaustradas en sus casas, pensando en la autoprotección, modificando el ritmo de sus actividades, cambiando el itinerario hacia su trabajo, contratando seguros, renunciando a ciertos vehículos, evitando asistir a ciertos lugares por la noche o de plano emigrar a otros lugares más seguros”.
En algún momento se plantea si el presidente Calderón podrá convocar a dirigentes políticos, a sectores económicos, a representantes sociales, líderes de la cultura, intelectuales y académicos para replantear la estrategia seguida hasta ahora y buscar nuevos caminos.
Desgraciadamente, para este último punto, pienso que ya es tarde. La oportunidad pasó de largo. Aunque el mandatario diga que “hay un tiempo para echar cuetes y tiempos para recoger varas”, mientras fustiga a la ciudadanía para que obligue “a todos los políticos a asumir la responsabilidad que tienen de esforzarse por buscar consensos en temas sustanciales”, no hay mucho que hacer por ese lado.
El Presidente es optimista. Afirma que hemos pasado la cresta de la ola. De paso cita al poeta T. S. Eliot, en el sentido de que en mundo de fugitivos el que toma la dirección contraria parece ser el que huye.
Me temo que hemos perdido el rumbo y la oportunidad de construir un México digno de orgullo.
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