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Jaime Sánchez Susarrey

 
 
   
 
 

 

Cabos sueltos

Si no se consiguen reglas diferentes a las que funcionaron durante el priato, el régimen actual seguirá atorado Felipe Calderón ha tenido dos aciertos y logros: la reforma de pensiones del ISSSTE y la liquidación de Luz y Fuerza del Centro. En ambos casos actuó con audacia y eficacia. No se puede, sin embargo, decir lo mismo de la "reforma electoral" -que en realidad fue una contrarreforma- ni de la reforma energética ni de las leyes de ingresos y egresos recién aprobadas por el Congreso.Es cierto que el presidente de la República asumió el poder en condiciones difíciles. Pero eso no justifica ni explica su pobre desempeño.
Los primeros tres años estuvieron marcados por la búsqueda de consensos al precio que fuera. Y el precio fue muy alto. Felipe Calderón evadió el debate y entregó las plazas sin siquiera defenderlas.El discurso del pasado 2 de septiembre marcó un giro de 180 grados. El objetivo era poner lo deseable y urgente en la agenda política nacional. Pero al poco tiempo perdió la brújula y el rumbo. El impuesto del 2 por ciento para el combate a la pobreza -que jamás tuvo oportunidad de ser aprobado- y el enfrentamiento con los empresarios -sobre la base de cifras amañadas- lo comprueban.Lo que resta del sexenio no pinta mejor. El presidente tiene poco o nulo margen de maniobra. La probabilidad de que pasen nuevas reformas es muy remota. Manlio Fabio Beltrones se ha pronunciado por una reforma fiscal integral. Pero los tiempos están muy apretados. Tal como lo ha señalado el presidente de la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados, si los temas fiscales no se abordan y resuelven entre enero y abril del 2010 la oportunidad se habrá perdido irremediablemente.
Más allá de los errores que ha cometido Felipe Calderón, y no son pocos ni menores, hay que subrayar que el sistema político mexicano está trabado y funciona muy mal. Los cambios que hemos experimentado desde 1988 a la fecha desmontaron los viejos mecanismos del priato sin poner en su lugar reglas y prácticas efectivas. Y mientras eso no ocurra será imposible que el régimen se destrabe.El presidencialismo mexicano se ha debilitado enormemente, pero no para bien. El Presidente ha perdido la iniciativa.
Las reformas constitucionales importantes ya no dependen de él y su capacidad de convocatoria es mínima. No sólo eso. El Congreso le ha impuesto una serie de limitaciones (incluso en facultades propias del Ejecutivo, como el diseño y ejecución del presupuesto) que lo han arrinconado.A contrapunto, el poder real y discrecional de los gobernadores se ha incrementado sustancialmente. Bajo el priato, el presidente de la República se comportaba como el Rey y los gobernadores como virreyes. Ahora los papeles se han invertido. El Congreso acota al Ejecutivo federal, pero no tiene facultades sobre los ejecutivos locales y éstos suelen controlar y manipular a sus respectivas legislaturas.Peor aún. El Congreso federal está integrado, en una proporción muy importante, por diputados que responden a los gobernadores de sus entidades. Por eso, en el Presupuesto de Egresos que acaba de ser aprobado, los gobernadores del PRI se llevaron y repartieron la mayor tajada. En suma, el poder y la ascendencia que el presidente de la República tenía bajo el priato se han desplazado hacia los estados de la República.Los males no terminan allí. Los partidos políticos carecen de identidad y cohesión ideológica. Lo que los mantiene unidos no son el programa ni los principios, sino el botín y las canonjías que se reparten cada año. Esto es particularmente acusado en el caso del PRD, pero también ocurre en el PRI y el PAN.En el primero, la unidad a toda costa se ha vuelto la divisa porque es el camino para recuperar la Presidencia de la República. El debate, la confrontación y la lucha por impulsar reformas necesarias pero difíciles han quedado archivados. En el segundo, las tensiones son muy fuertes y Felipe Calderón no ha logrado trazar una línea para su propio partido.
La partidocracia, sin embargo, sí existe y para ciertos propósitos funciona muy bien. La contrarreforma electoral atentó contra la libertad de expresión e información y blindó a los partidos contra cualquier asalto o movilización ciudadana. Tampoco tuvo dificultades para incrementar los impuestos y forjar uno de los presupuestos más elevados en la historia por 3 billones 176 mil millones de pesos.Dicho de otro modo, los partidos políticos se paralizan cuando se trata de impulsar las reformas -fiscal, energética, laboral- que le urgen al país, pero sí alcanzan acuerdos cuando buscan proteger sus privilegios y canonjías. Por eso, el nuevo Presupuesto de Egresos no limitó los 9 mil millones de pesos que solicitó el IFE ni tocó los más de 3 mil millones que se repartirán todos los partidos.
El panorama es desolador y no hay lugar para la esperanza. Quienes creíamos que la transición democrática borraría la discrecionalidad y la corrupción que caracterizaron los peores años del priato nos equivocamos. La alternancia en todos los niveles de gobierno ha creado nuevos centros de poder y nuevas correlaciones de fuerzas que han democratizado, entre todos los integrantes de la clase política, los vicios del antiguo régimen.Los sistemas políticos se pueden evaluar por la forma en que seleccionan y forman a los políticos. Por eso, a finales del siglo XIX, el parlamentarismo británico era superior al Estado alemán. La prueba era la existencia de una clase política responsable y eficaz. En México ambas cualidades brillan por su ausencia. Nuestros políticos son mediocres, oportunistas y timoratos. Y lo peor es que no hay forma de cambiarlos ni de deshacernos de ellos. Los cabos están sueltos.