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MARIA TERESA JARDI

 
 
   
 
Lo que el destino nos depara en 2010 no deja de ser una sorpresa
2010-01-03

Por María Teresa Jardí

Con soltura se habla ya en México de la revolución que viene. La derecha busca seguir aferrada al poder y el PRI cree que lo hará con ese partido a la cabeza. El PRD, literalmente, no existe ya como el partido que pueda dar el salto que propicie el cambio. Y el PAN no quiere soltar las riendas. Mientras que el usurpador Calderón, en los ratos que sufre delirios de grandeza, hasta cree que lo está haciendo bien. Pero en los ratos sobrios —-algunos debe tener—-, conciente debe estar de su gran fracaso.

Fracaso que salta a la vista. Como deben saltar, incluso para el usurpador, las consecuencias de sus monumentales errores garrafales, que, acompañados de desgarriates como el no haber querido asumir que el recuento de votos era lo que o lo legitimaba o lo convertía en esperanza a futuro, lo amenaza desde variados flancos. Su cortedad de miras lo impulsa a quererse mantener aferrado al poder, más allá –incluso— de los seis años que dura en el cargo, como mandato constitucional, quien gana (o arrebata) la titularidad del Poder Ejecutivo en México. Hay revoluciones pacíficas, por supuesto. Latinoamérica es testigo de dos muy claras para cualquiera. Pacíficas son las revoluciones encabezadas por Hugo Chávez en Venezuela y la que Evo Morales lleva adelante en Bolivia. Y, hay otras, más silenciosas. De las que aunque se conozca menos, no por ello dejan también de serlo en beneficio del pueblo. La que Correa impulsa en Ecuador no es menos digna de mención. Revoluciones que se enfrentan a las mismas oligarquías fascistas que, desde la derecha aquí y también otra vez en Honduras, tienen el control.

Pregunto a tres terapeutas que responden a corrientes psicológicas distintas. Uno consagra su vida a la psicología humanista haciendo trabajo con los que nada tienen. Otro, más bien conductista, se enfoca a un trabajo igual de importante con alcohólicos y adictos a las drogas y un tercero que prefiere enfocar su terapia como una mezcla entre Freud, Fromm y Lacan. Los tres me responden, que sí, que mis temores tienen un asidero. Que Calderón es un gran peligro para los mexicanos. Para quien de manera tan obvia alcanza un fracaso de la magnitud del alcanzado por Felipe Calderón Hinojosa, el placer casi orgásmico de ejercer el poder absoluto, que tiene en México un titular del Ejecutivo, se convierte en delirio de grandeza. Y coinciden, estudiosos, que los tres son del alma humana y del carácter del mexicano, en que efectivamente ante la cercanía del fin de su reinado va a hacer cualquier cosa para quedarse y me dan la razón cuando les explico sobre la necesidad que yo veo que salta a la vista de hacer estallar el país, antes incluso de que por otro lado estalle, para reprimiendo quedarse incluso él o para dejar, en su huida, a quien la espalda le cuide, como él ha hecho con Fox.

Calderón no entiende que Fox llegó con una gran aceptación ciudadana y que si bien se convirtió en un gran desencanto, igual la llegada del PAN al gobierno federal, desplazando al PRI de Los Pinos luego de una tan larga dictadura partidaria, en el imaginario social se siente todavía como un logro de los mexicanos.
No es el caso de Calderón. A Calderón se le impuso de mala manera, y a pesar del convencimiento de millones de mexicanos de que no había ganado la elección. Entró por la puerta de atrás, usurpando el lugar por otro ganado en el imaginario social. Y a lo largo de tres interminables años, ha destruido el tejido social ensangrentando al pueblo mexicano cada vez más empobrecido. Ha desgobernado con un entreguismo que incluso, ante los gringos, lo convierte en una mierda. Ha desgobernado a base de robarlo todo, sólo en beneficio de los políticos y de los empresarios amigos de los políticos quienes disfrutan todos los lujos defraudando apoderados del dinero que pertenece a la Nación.

No hay nada que el pueblo reconozca como positivo en los tres años de desgobierno de Felipe Calderón. Calderón es un autista. Reflejado en los dictadores latinoamericanos tendría que verse cuando al espejo se mira antes de seguir estirando el hilo, con cuya ruptura, sí, va a hacer estallar al país. Y, sí, vamos a vivir una represión aún más siniestra que la ya impuesta. Quizá, una dictadura, porque que no se haga ilusiones Calderón de que se queda. Ni de que impunes, aunque por ahora queden, los muchos crímenes cometidos por él, contra el pueblo mexicano, documentados, uno a uno, no van a pasar a la historia.

Es cierto que para hacer la revolución se necesita un pueblo educado. Y ya se han encargado la derecha, vía Televisa, de convertir al pueblo en deseducado.

Pero los pueblos deseducados también suelen dar sorpresas cuando los hartan de la manera como se ha hartado al pueblo mexicano. Y además está AMLO que, igualmente, puede dar el salto y convertirse en el que encabece una revolución pacífica. Bastaría con que AMLO entienda que el enemigo es el capitalismo que imponen al mundo los gringos.