Delirios y desmesura
Los críticos de la iniciativa presidencial deben ir al fondo de la cuestión y pronunciarse por algún mecanismo que permita superar el impasse
1.Por eso estamos como estamos. Las ocho columnas de La Jornada del martes 26 de enero son más que reveladoras: "Afán autoritario en la reforma política de Calderón: juristas". Y luego viene, en efecto, la reseña de varias ponencias en el seminario que organizó el Senado sobre la reforma del Estado.
2. La iniciativa del presidente de la República parte de una constatación simple: desde 1997 a la fecha el Congreso vive un impasse. Los gobiernos divididos no han sido funcionales. Las reformas indispensables siguen pendientes. Y, lo más importante, bajo el actual esquema es muy improbable, por no decir imposible, que salgan adelante.
3. La propuesta de Calderón tiene dos vertientes fundamentales. Por una parte, busca romper el empantanamiento mediante la segunda vuelta en la elección presidencial y la reelección de legisladores. Por la otra, abre mayores espacios a la participación ciudadana con las candidaturas independientes y con las iniciativas ciudadanas.
4. No es un traje a la medida para Felipe Calderón ni para el PAN. Se trata de un rediseño que rompería el impasse legislativo y fortalecería la institución presidencial, independientemente del candidato que gane la elección en el 2012.
5. De ahí la aparente paradoja: si las tendencias continúan como van, el principal beneficiario de esta serie de cambios sería el PRI. Porque hasta ahora es la fuerza política que tiene mayores probabilidades de imponerse en el 2012. Pero igualmente sería positiva para un presidente de filiación perredista.
6. Sorprende, por lo mismo, la virulencia con que fue recibido el decálogo de Calderón. En el citado seminario, un miembro notable del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM advirtió que con la segunda vuelta se correría el riesgo de trasladar las tensiones políticas de la asamblea a la calle. O dicho de otro modo, que la polarización que propicia la segunda vuelta es muy riesgosa para la estabilidad política.
7. El argumento, además de erróneo, es impreciso. Erróneo porque la experiencia internacional muestra que los regímenes de segunda vuelta no conducen inexorable y fatalmente a la polarización. Impreciso porque en México, como en el resto de las democracias modernas, la mayoría de los electores son flotantes y oscilan continuamente entre diferentes partidos y candidatos.
8. De hecho, se puede establecer una correlación entre el debilitamiento del voto duro (aquel que se identifica siempre con un partido y una ideología) y la disminución del riesgo de polarización. La experiencia de 2006 lo corrobora por doble vía: la crispación no fue el efecto de una elección reñida, sino del discurso radical y antidemocrático de López Obrador. Pero además, pasada la jornada electoral los ciudadanos se fueron alejando del candidato de la Coalición por el Bien de Todos y reiteraron su posición apartidista.
9. Quienes se oponen a la segunda vuelta y advierten los enormes riesgos de la polarización pasan por alto lo fundamental. El régimen actual combina la matriz presidencia- lista (para elegir y formar gobierno) con el principio de representación proporcional (ningún partido puede tener una sobrerrepresentación superior al 8 por ciento) pluripartidista en el Congreso. Los estudios comparados y la teoría política explican y confirman que ésa es la peor de las combinaciones imaginables.
10. Para salir de esa parálisis hay varias opciones: a) suprimir el sistema presidencial y transitar hacia uno parlamentario; b) instituir la segunda vuelta y empatarla con la elección del Congreso -tal como propone Calderón-; c) eliminar la representación proporcional y volver al espíritu y la letra de la Constitución de 1917; d) diseñar un candado de gobernabilidad otorgándole la mayoría absoluta al partido que obtenga la victoria en la elección presidencial -tal como lo estipulaba la reforma de 1989-; e) reducir los diputados de representación proporcional y eliminar el tope que limita al 8 por ciento la sobrerrepresentación de los partidos políticos.
11. Puestas así las cosas, los críticos de la iniciativa presidencial deben ir al fondo de la cuestión y pronunciarse por algún mecanismo que permita superar el impasse. Claro está que también se puede esquivar el problema y salirse por peteneras. La forma más fácil de hacerlo es señalar que las dificultades no derivan del diseño institucional, sino de la falta de oficio y responsabilidad de la clase política.
12. En materia de mayor apertura a la participación ciudadana quien se llevó las palmas fue Beatriz Paredes. Evocando la consigna republicana contra las tropas franquistas durante la guerra civil española lanzó un sonoro: ¡No pasarán! ¿Quiénes? Las candidaturas independientes. Los argumentos de la presidenta nacional del PRI son espeluznantes. A su entender los candidatos sin partido le abrirían las puertas a la ultraderecha y a conspiraciones internacionales contrarias a la soberanía nacional. Ecos de Luis Echeverría (no a las ideas exóticas) y Manuel Bartlett (sí al fraude patriótico) se escuchan en esa condenación inapelable de las candidaturas independientes. ¡Que viva el estatismo (perdón, nacionalismo) revolucionario!
13. La andanada contra la iniciativa presidencial ha sido delirante y desmesurada. Todo indica que no pasará. La pelota está ahora en la cancha del PRI. Pero en el interior de ese partido hay desacuerdos y ya está inmerso en la disputa por la candidatura a la Presidencia de la República. Sería ingenuo esperar que de ese aquelarre surja algo bueno y decantado. Ya veremos.