CAOMMIR
 

Quinta Columna
La Cabeza de Genaro
FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
Algún afecto particular, lealtad especial, afinidad ideológica, empatía económica o cercanía religiosa debe existir entre el presidente Felipe Calderón y su jefe de seguridad nacional, el ingeniero Genaro García Luna.
            En lo que va del sexenio, de manera pública o privada, muchos capitostes de la política mexicana han pedido su cabeza; algunos han pagado con la suya. La vocación escénica del ingeniero policía le ha merecido menciones entre las que destaca la puesta en escena, grabación y emisión televisiva de la captura de la francesa Florence Cassez, allá por el Desierto de los Leones en la capital del País, que en su momento no se pensó se convertiría en cause célèbre de las relaciones exteriores del país.
Se la pellizcaron.
            Más se la van a pellizcar ahora, cuando en pleno zócalo capitalino y ante una escuálida audiencia que esperábamos millonaria en número de personas, el pastor de la marcha por la paz y en contra de la violencia –causas con las que estamos casados el 90 por ciento de los mexicanos- le pidió al Presidente Calderón la cabeza de García Luna.
            Javier Sicilia exigió ayer a Felipe Calderón  en la plaza mayor de la república la destitución de García Luna, como prueba de que el Presidente sí veía y sí oía a sus seguidores.
No me imagino mayor endorso al ingeniero en su cargo. Todos sabemos que Felipe Calderón, hombre visceral si los hay, no cede a ese tipo de presiones sino actúa precisamente contrario sensu.
            Javier Sicilia, me dicen, es poeta y periodista. Lector ávido de poesía que soy, no conozco un verso suyo; en poesía mexicana me quedé en Octavio y José Emilio. Creo que es colaborador del diario La Jornada y el semanario Proceso. Yo no recuerdo piezas memorables bajo su firma.
            Pero mi tema es otro: Javier Sicilia se ha tropezado con la celebridad por una circunstancia asquerosa: le mataron a un hijo en Cuernavaca, junto con otros jóvenes. Los que somos padres podemos imaginar la rabia que debe invadirle. Alrededor del caso, le comenté a mi mujer que si yo tuviere que encarar–espero que nunca-  la misma  situación, haría lo que dice el poeta Miguel Hernández: “arrancarme de cuajo el corazón y ponerlo debajo de un zapato”. No querría hablar con nadie; odiaría salir en los periódicos.
Javier Sicilia escogió la calle. Muy su gusto.
            Yo pregunto: ¿alguien se ha dado cuenta de que Alejandro Martí, Isabel Miranda de Wallace y Javier Sicilia están convirtiendo su muy respetable tragedia personal en redituable plataforma política?
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08 de mayo de 2011
20:50