CAOMMIR
 

Jorge Carrillo Olea

SIEMPRE

Quienes observan el devenir nacional con juicio cotidiano, piensan que con la próxima salida del embajador Carlos Pascual de la representación de Estados Unidos termina el episodio del cual Calderón salió campeón. Sostengo que poco hay de eso. Ni el episodio terminó ni Felipe Calderón ganó. Perdimos muchos, y fuerte, de manera que hablar de costos precarios es quizá un tanto soñador.

La renuncia de Pascual era la única fórmula viable para romper el atasco en que estábamos. El embajador se había convertido en un funcionario disfuncional siendo su tarea de altísima significación en el Departamento de Estado. Ya no podía encarar a los altos funcionarios del gobierno de Calderón; estaba incautado por sus propias acciones. Sin embargo, a su salida, la secretaria Hillary Clinton, como mensaje a Calderón, hizo los más generosos y significativamente amplios elogios de su tarea.

Pascual ni se equivocó, ni se excedió, ni faltó a ningún quehacer que no fuera natural, habitual y obligado a un embajador, tal como ha sucedido desde los tiempos más remotos, y quien pudiera hacer el juicio sobre su trabajo es quien le paga o sea el gobierno de Estados Unidos, no nosotros.

Un ejemplo de esta responsabilidad que nos es muy propio está inscrito en el interesantísimo libro Cartas desde Moscú, de Carlos Tello Macías, entonces embajador de México ante la URSS. En él publica las numerosas misivas dirigidas al presidente Carlos Salinas en las que daba cuenta paso a paso del proceso de descomposición y desarticulación de aquella enorme potencia, expresados en la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la propia URSS. El libro es la recopilación de la correspondencia que envió de septiembre de 1990 a febrero de 1994. Si se acepta cierta analogía, se confirmará que Pascual no cometió pecado alguno por decir la verdad a quien debía decirla, en ese entonces sin sospecha de alguna futura filtración.

Siendo Pascual una pieza mayor del Departamento de Estado, no solamente debió abandonar México, sino que resultó descalificado para representar a su país en un corto plazo en cualquier otro destino extranjero. Por el momento estará sujeto a ocupar un puesto de buen nivel en Foggy Bottom, distrito histórico de Washington en el que se sitúa la sede de la política exterior norteamericana.

Tal pérdida para los intereses de Estados Unidos para nosotros no será gratuita. Ya Brack Obama desde Chile lanzó el primer dardo directamente contra Calde­rón al decir ante CNN que el Presidente “tiene cierta frustración por el fortalecimiento de los cárteles del narco”. Esta es una frase insólita en un presidente de Estados Unidos por lo directa, por reveladora de algo confidencial y por poco comedida debido a cómo y desde dónde se difundió.

El siguiente paso podría ser, y esta es una práctica diplomática, retrasar el nombramiento de un nuevo embajador, propuesta que para peor debe ser aprobada por un Congreso adverso a Obama y a México en plenos tiempos electorales.

Además de los hechos comentados, lo anterior se respalda con la filtración de que el ministro consejero John Feeley quedará a cargo de la representación. Este interinato sería normal en ausencia de cualquier embajador, pero en este caso otra filtración parece anunciar que la sede permanecerá vacante por un largo rato. Calderón podría empeorar las cosas, que es muy su estilo, cuando más tarde que pronto se nombre al nuevo embajador y la Secretaría de Relaciones Exteriores, por instrucciones, se dilate en conceder el beneplácito. Sería verdaderamente un juego de tontos.

Perdió México sin que sepamos qué, cuánto ni hasta dónde. Claramente sí será en el tema del combate al crimen organizado, pero también podría darse en ciertas formas de represalias como una cierta frialdad para con los miembros de nuestra embajada, sin descartar igual inapetencia hacia nuestros temas centrales como son los migratorios, el comercio, las inversiones directas o el financiamiento.

También perdió Calderón pues demostró una vez más su falta de control sobre sus impulsos. Obró con ánimo de enojos personalistas y no como jefe de Estado al que se le supondría ponderación y serenidad reflexiva. Su reacción de gran inmadurez contrasta palmariamente con las de los jefes de Estado de aquellos países como Argentina, Italia o Francia, sobre los cuales Wikileaks también ha producido noticias trepidantes y que sencillamente no se han dado por enterados.

Una actitud displicente y hasta endurecida hacia Calderón por parte de Obama sería bien recibida por los sectores republicanos y los múltiples antiMéxico que ya afilan sus cuchillos ante las elecciones del año que entra, y su presidente, no hay que olvidarlo, está en plena campaña, no puede arriesgar nada, debe capitalizarlo todo, además de ser el defensor obligado de los intereses del imperio.

Es de esperarse un Obama  severo, distante, ocupado de otras cosas. Todo esto y más será de esperarse como coletazo del tema Pascual. La gente se pregunta preocupada: ¿qué a Calderón nada le sale bien?

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