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El paradigma de Mogadiscio

Jorge Carrillo Olea

El fenómeno de la guerra ha cambiado velozmente en sus hechos. Crueles enseñanzas han llevado a los investigadores y analistas profesionales del Pentágono y sus congéneres de la OTAN y Unión Europea a aceptar que había que crear nuevas doctrinas, leyes, estrategias y tácticas para actuar en los espacios en que aparentemente se desarrollarán muchas de las futuras operaciones: El paisaje urbano, totalmente diferente a aquellos espacios rurales abiertos, despoblados del pasado.
De tales análisis e investigaciones surgieron las prácticas de la llamada Guerra de Cuarta Generación, la guerra de alta tecnología, de extraordinarios medios de inteligencia vía localizaciones, identificaciones y mapeos satelitales, vehículos y armamentos electrónicos de absoluta efectividad y, hasta cierto punto, de escaso contacto físico con los adversarios. Estas innovaciones en ejércitos de avanzada, han estado ya por años reconformando las currícula académicas y las técnicas de adiestramiento en sus escuelas militares y campos de entrenamiento.
La Batalla de Mogadiscio fue probablemente la evidencia de un fin de época. Un punto a los giros tradicionales y funcionales hasta ese momento y a los que en vez de sostener, había que modificar totalmente. Esa batalla enfrentó el 3 de octubre de 1993 por 3 horas a fuerzas de los Estados Unidos contra guerrilleros somalíes en Mogadiscio, Somalia.
Un equipo de operaciones especiales del ejército estadounidense tenía como misión penetrar desde su base hasta dentro de la ciudad para capturar líderes de la milicia. La fuerza de asalto estuvo formada por 19 helicópteros, doce vehículos y 160 hombres. Durante la operación, dos helicópteros UH-60 de los Estados Unidos sufrieron impactos de granadas propulsadas y fueron abatidos, mientras que otros tres sufrieron daños. A continuación se desarrolló una batalla en las calles de Mogadiscio hasta la mañana siguiente.
Pese a lograr el objetivo de capturar a los líderes de la milicia, en la batalla murieron 19 soldados estadounidenses (dos de los cuales recibieron la Medalla de Honor a título póstumo) y resultaron heridos otros 79. No quedó claro el número de bajas somalíes, pero el embajador especial Robert B. Oakley estimó entre mil y mil 500 milicianos y civiles, hombres, mujeres y niños los que resultaron muertos y otros 3 mil a 4 mil heridos. Una verdadera masacre; donde el policía universal, Estados Unidos, con un mandato de la ONU dispuesto a su conveniencia, llevó a cabo tal barbaridad.
Sin embargo, la sensibilidad de Clinton, entonces presidente de Estados Unidos, le hizo anticipar las posibilidades de enredarse en otro caso sin solución y como resultado, en dos semanas no quedaba un soldado norteamericano en Somalia. Felipe Calderón no es Clinton, por supuesto, no lo es para reconocer a tiempo un fracaso histórico contra un presunto triunfo. Clinton salvó a su país de meterse en otro lío inmanejable, supo entender y supo reaccionar. Calderón es persistente en su necesidad sanguinaria.
La referencia anterior puede conducir a dos reflexiones: 1. Sobre lo que está sucediendo en Libia, donde otra vez un tirano antidemócrata, como gusta calificar Estados Unidos a estos personajes, reta al mundo, como lo hizo Hussein, con base en sus abundantes recursos petrolíferos y la complicidad de décadas de los propios Estados Unidos. Esto es, sus hijuelos por tantos y tantos años tolerados y protegidos, sus ricos compradores de armamento se le tornan retobones y retadores y lo ponen en el doble dilema de asumir o no, una vez más, su papel de policía universal con los riesgos, en cada ocasión más altos, que esto contrae o bien el segundo, que es poner en riesgo o no el abasto de petróleo y gas a Estados Unidos desde Libia por los ductos transmediterráneos. Recordar que la picaresca dice que Libia es “la gasolinera de Estados Unidos”.
2. La segunda reflexión, ésta muy nuestra, se refiere a por qué las Fuerzas Armadas y policías persisten tercamente en mantener formas de combate al crimen organizado que han demostrado su escasísima eficacia, producto de una gran equivocación. Naturalmente que quien manda es Calderón pero es papel obligado de los tres secretarios, Sedena, Semar y SSP, reconocer y hacerle ver la ineficiencia de sus campañas y la necesidad de reforzarlas con elementos, cuya ausencia hoy a gritos se hace presente: inteligencia.
Nuestras Fuerzas Armadas combaten con la más absoluta ceguera y, por ello, deben recurrir a instancias norteamericanas en demanda de auxilio. Simultáneamente colocan al país entero en una riesgosísima situación de riesgo a su soberanía, a la que viene de la necesidad de inteligencia producida por la DEA, la CIA, el FBI y la ICE.
Más lamentable es que no solamente estemos abriéndonos a la intervención norteamericana, sino que satisfechos con su ayuda mantengamos el total desmadre (me excuso) que existe entre las diversas instancias nacionales de supuesta producción de inteligencia, ambos hechos con la bendición, simpatía y exigüidad del comandante Calderón, que en una entrevista al diario El Universal lo ha negado y lo ha atribuido a las agencias norteamericanas.
Del paradigma de Mogadiscio no hemos querido enterarnos de nada.

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