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Cuba, dulce evocación
A Susetta y Jorge
Mi primer regocijo por Cuba se dio aquella mañana del 1º de enero de 1959, cuando por radio me enteré de la huída de Batista, después de la francachela del año nuevo, con la que quiso distraer a tantos. Estaba yo, tiernos 19 años, apostado en un rincón virginal de Oaxaca, Vicente. No era más que una estación de ferrocarril.
Así, para mí, la comunicación por radio era todo desde el mundo. Mi ilustración sobre Cuba era meramente histórica, literaria y musical. Había seguido también, ya hechas históricas, las hazañas de los héroes de la reconquista con Castro y sus 82 seguidores, el Granma y demás.
Los primeros años del gobierno revolucionario, a través de presidentes civiles, Urrutia, Dorticós, la odisea africana del Che, su muerte. Bahía de Cochinos, la crisis de los cohetes rusos, la gallardía mexicana llevada a la sublimación de principios y de valor al negar la expulsión de Cuba de la OEA, el sostenimiento de relaciones con la isla, único país latinoamericano.
Pero también, y en el alma de un joven, ¿qué profundidad tenían José Martí, Ernesto Lecuona, las decenas de autores e intérpretes populares, José Antonio Méndez, Portillo de la Luz, Elena Burke, Bola de Nieve? Más el vivir en Veracruz y ventear desde el mar los vestigios de la cultura cubana me calaron hondo.
Una tarde en Cancún, por boca de Pepe Abrantes, ministro cubano del Interior y Seguridad del Estado, me enteré de detalles de la epopeya y también de la falacia sobre la aprehensión, liberación y libertad de los revolucionarios para salir a Cuba aquel 25 de noviembre de 1956, por tantos años explotada por Gutiérrez Barrios. El y muchos más fueron sólo los policías ejecutores de órdenes del presidente Ruiz Cortines, dadas a través del secretario de Gobernación, don Angel Carvajal, órdenes promovidas, por cierto, a instancia del ex presidente Lázaro Cárdenas.
Para mí, innumerables visitas a la isla, deberes oficiales, navieros primero, estrictamente políticos después, cooperación e intercambio de inteligencia sobre la región, el tema de los balseros, la negativa a entregarlos siempre lamentada y siempre respetada por ellos, conocer a los jerarcas, desvelarnos conversando, andurrear por las calles, conocer al pueblo.
Lo trascendental, si aquellos antecedentes no lo hubieran sido, ya en mi madurez reflexiva, fue el aquilatar cada día la valentísima actitud de un pueblo ácrata, que recobró dignidad y orgullo, aun agraviado durante 60 años por el mayor imperio visto en la historia occidental. Ejemplo sin par por lo menos desde los años 50 de enorme dignidad y sentido histórico de la epopeya. Ninguno como él. Pocos países en el mundo occidental le han sido fieles amigos, quizá el más constante aunque sin mayor esfuerzo, Canadá. Penduleando entre sus gobiernos izquierderechistas, España, los países escandinavos, Alemania por momentos.
¿Y México? Por 500 años de relación, desde 1519, nuestra relación ha sido sanguínea, no sólo política, cultural, comercial y lo que se quiera. No, todos los que llevamos una gota de sangre europea, esa sangre pasó por ahí. Y debido a ello ese esencial, indescriptible efluvio de pasión, de amor fraterno como el que más, de solidaridad, compromiso y hasta de dolor compartido.
Sí, de dolor cuando vemos que iracundo uno, Zedillo, cargado de odio que es su índole, y otros Fox y Calderón, más por estupidez e ignorancia que razones que eran incapaces de entender, aunque fueran ideológicas, creen poder cancelar con la isla 500 años de afinidad totales.
Y hoy Cuba no está en su mejor momento, tal vez en el peor. Tarde, muy tarde, está recapacitando ante lo que Vietnam, China y otros países vigorosamente comunistas, la misma Rusia, su meca ideológica, reconocieron: esa vía, heroica, romántica, tanto como el mismo capitalismo, su oponente dialéctico, entró en crisis, no da más, no colmó sus ofrecimientos. ¿Tiene tiempo y será posible el reajuste que mejor le valga? ¡Sólo el tiempo lo dirá!
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