Al circo de Diego le sobran pistas ¿Cómo explicar que se cobre confianza personal, afecto y hasta añoranza hacia alguien que nos ha causado un mal? ¿Cómo funciona ese aún inexplorado suficientemente mundo de los sentimientos que crea adhesiones hacia quienes nos hubieran secuestrado y privado largamente de la libertad? La psicología ha intentado una explicación mediante lo que sus conocedores llaman “síndrome de Estocolmo”.Se describe el comportamiento de los secuestrados que con el tiempo se convierten en simpatizantes de sus captores. El nombre deriva de un incidente de rehenes de 1973 en Estocolmo, Suecia. Al cabo de seis días de cautiverio en un banco, varias víctimas del secuestro se negaron a declarar en contra de sus captores, y no sólo eso, sino que hicieron una insistente justificación de los hechos. Algún psiquiatra que analizó esa conducta bautizó así al fenómeno: síndrome de Estocolmo¿Qué causa el síndrome de Estocolmo? Los cautivos comienzan a identificarse con sus captores inicialmente como un mecanismo defensivo, por temor a la violencia. Pequeños actos de bondad por el captor se multiplican y desde la perspectiva de los rehenes se va creando una empatía. Llegan a identificarse a tal grado que no sólo hay comprensión, sino que crecen en rara admiración y hasta intento de emularlos.Algunas personas están sugiriendo que el reciente caso de Diego Fernández de Cevallos suena como un caso de síndrome de Estocolmo. Hablan de diversas posibilidades, todas ellas desprendidas, primero, por la falta de información suficiente y creíble; segundo, por la apariencia y comportamiento de ex secuestrado.En broma, pero en serio, se dice que parece que acababa de salir de un salón de belleza debido a lo arreglado de su barba, a su reciente corte de pelo y a lo cosmético de sus cejas, negrísimas en contraste con la barba. Ya se supo y eso lo explica, que pasó una semana en un spa de recuperación antes de salir al escenario.Respecto de su comportamiento, que no es de todo ajeno al habitual, destaca su sentido cristianísimo de hacer un ruidoso alarde del perdón que ha otorgado a sus captores. Se pavonea de lo bien que lo trataron, lo que es evidente dada su lozanía, altanería y petulancia, rostro sereno y salud física evidente. Juega con los medios, sedientos éstos de morbo se los entrega a gotas, los saluda frecuentemente para no decirles nada, en fin, una actitud verdaderamente esquizofrénica y protagónica. Es el momento culminante de su vida, no lo puede desperdiciar.No sería exagerado plantear que hasta disfrutó el secuestro, que cobró afecto a sus secuestradores y que acabará añorando esos días por él planteados casi como idílicos.Al circo le sobran pistas. Nos falta ver la multitud que le acompañará a la Basílica de Guadalupe, pues ya anunció que irá a dar gracias a la virgencita. Seguramente habrá toda una liturgia para recibirlo. Pero no es ese el límite de su votivo agradecimiento, también irá a San Juan de los Lagos, donde se postrará en señal de humilde gratitud mientras se entonen himnos de gracias y alabanzas. Todo eso ya fue anunciado, una especie de pre-estreno.Algún día acabará el reality show y surgirá de nuevo el prepotente, el polemista brillante, el omnipresente litigante. Su última experiencia le servirá como ardid publicitario. Todos querrán su defensa, todos se acogerán a este Rasputín. La memoria de nuestra sociedad no podrá remontarse a retraer sus fechorías. Nadie recordará su cómoda dualidad de senador y litigante. Su soberbia y arrogancia nada cristianas. Es más, ya se piensa en lo justo que sería que Ebrard, que a todas va, le dedicara alguna calle o boulevard. También está en consideración una película.Algunos medios se han acogido muy bien al artificio. Este da noticias interminables y eso lo convierte en una mina. Nada importa el código de ética que no existe, nada importan ni las preguntas irrespetuosas que se le hacen, ni que él con su danzar haya dado lugar a que engallados los reporteros ya lo tuteen. Si él no se respeta por qué habrían de respetarlo los gacetilleros.Mientras tanto, el mundo sigue su marcha. Con ello se quiere recordar que en peores situaciones que la evidente rozagancia de Diego, están o han estado decenas de personas y de familias que sufren o han sufrido peores dolores. Esta es parte del irrespeto que se está dando a deudos como la dolorosa madre juarense que en su dolor encontró la muerte. Tampoco cuentan los padres de los jóvenes asesinados a la salida del Tecnológico en Monterrey o la familia acribillada en su camioneta o los padres del bebito de ocho meses muerto por una bala perdida y miles de cosas más.No veo nada plausible sino vergüenzas en tantas conductas sociales, empezando por la de la feliz víctima y por supuesto la de sus miles de admiradores.[email protected] |
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