La nomenclatura priísta 

proclamó al nuevo Padrino



Jorge Carrillo Olea

¡La Revolución está a caballo! ¡Allá vamos otra vez! La Convención de Aguascalientes intentó la unificación de las fuerzas posrevolucionarias, pero no tuvo éxito. Los delegados salieron como entraron: abiertos en dos bandos: villistas y carrancistas. Desde los inicios de la Convención en octubre de 1914, la asamblea estuvo dominada por los elementos villistas. Se declaró soberana en materia de interés nacional y nombró a Villa jefe del ejército convencionista, que se enfrentó por las armas con los constitucionalistas de Carranza.

Nada parecido sucedió en Toluca, ahí los grandes líderes priístas, sin decir una palabra, acordaron todo y ese todo era la proclamación de Peña Nieto como El Padrino. Todos le besaron la mano. La asamblea no tuvo paralelo memorable: asistieron quince gobernadores en funciones, dos electos; la todavía presidenta nacional del PRI, Beatriz Paredes, y sus líderes corporativos de la CNOP y CNC.

De manera distinguida, en su doble calidad de gobernador y próximo líder del partido, Humberto Moreira, los líderes de las fracciones de ese partido en ambas cámaras Francisco Rojas y Manlio Fabio Beltrones y seguramente muchos más.

A observación de un joven priísta no se aceptó en el convivio a nadie menor a sesenta años. Sí, pareciera ser que en las cúpulas partidistas los hombres no envejecen. Vemos las mismas caras, los mismos personajes, los mismos vicios, las mismas vergüenzas de siempre, si no que lo diga la presencia de Ulises Ruiz y Mario Marín, en sus momentos elevados al Olimpo, proclamados urbi et orbi como los hombres más brillantes y respetables del partido.

La vieja guardia, hoy en la oposición, la que le hace la vida imposible a Calderón, la que ahora hace todo imposible, pero que ayer le ayudaba a coronar sus más reaccionarios empeños como subir impuestos, rechazar el aborto, la igualdad de género, los matrimonios del mismo sexo.

Así de flexible ha sido esa que fue vanguardia y que hoy es retaguardia cansada, agotada en sus mismas contradicciones, ambiciones y perversiones. Esa guardia que carece de método opositor, de una estrategia antagonista, lo que requeriría por lo menos un proyecto alternativo que no han sabido formular, un seguimiento puntual y sanamente crítico a los ofrecimientos de campaña de los hoy gobernantes. Pero no, nada, si acaso diatribas.

Lo inteligente y culto de un proyecto de oposición ha sido sustituido por una catarata de posturas y discursos altisonantes, de actitudes que a veces rayan en lo infantil o en lo burlesco. Esas conductas suelen tener una carga importante de ira, de enojo, de revanchismo a veces inexplicable, pero no de sensatez. Actitud que el gobierno y su partido  entienden como ofensa, como agresión y enfrentan con igual imprudencia.

Así pareciera que marchamos hacia un vacío y algunos auguran que en realidad se avanza hacia un grave conflicto social y hacia una fractura de la nación. Sabemos que los movimientos sociales se conocen cuando se inician pero nunca hemos sabido, cuándo, cómo o hasta dónde irán a parar.

En este teatro de sombras, donde los verdaderos actores ocultan sus caras, se ha puesto también de manifiesto el agotamiento, la terminación de un sistema político que con virtudes y mil defectos cumplió con una etapa. Pero no es eso lo que se discutió y anunció en Toluca.

Con la sabiduría de los ancianos, la nomenclatura priísta notificó su acuerdo ante el porvenir sin pronunciar una sola palabra: ¡todos juntos, con Enrique! Abajo las pretensiones presidenciales de algunos de dentro y de fuera, otros que habitan en las cámaras ya se sienten secretarios de estado o monarcas de alguna gran paraestatal. Habrá para todos si saben sumarse, habrá para todos si aceptan la disciplina, habrá para todos si saben postergar sus ambiciones.

El heredero imperial se mostró bello, generoso, rutilante, con atractivo televisivo, pero no profundo. Para nada es un revolucionario propositivo, ni nacionalista, para nada es innovador y menos convincente en lo sustantivo, de lo que nada se le ha oído. No se le conoce una idea que trascienda. Pero si se le advierte tras el telón una legión de la misma vetusta guardia afilándose las uñas. Son los mismos, otra vez, como diría mi reflexivo y desengañado joven priista.

Así fue la Convención de Toluca. Nada que ver con Aguascalientes. Aquellos villistas, zapatistas y carrancistas eran poco originales: discutían ideas, proyectos de país, instrumentos creadores de progreso como el reparto de la tierra. Pretendían un nuevo orden, otra constitución. En su extrema limitación  y miopía sólo acordaron que los principios revolucionarios, anhelos de libertad y justicia social, estaban por encima de los hombres. ¡Qué primitivos!