Jorge Carrillo Olea
SIEMPRE

El pasado miércoles 1º de diciembre se celebraron en Los Pinos diez años de gobiernos federales panistas. El titular actual, Felipe de Jesús Calderón hizo un particular festejo en el cual, como era lógico, de rigor, ponderó las excelencias de estos años y particularmente de los cuatro últimos a su cargo.

Hubiera sido verdaderamente un festejo nacional el que lo ahí expuesto fuera una plena realidad. Fue una larga expresión triunfalista donde se señalaron realidades, como es el respeto a la libertad de expresión (esta semana mancillado por el ataque a Proceso), verdades a medias como la cobertura médica gracias al Seguro Popular, el que sí ha ampliado la protección sanitaria pero lo ha hecho sobre la misma infraestructura ya existente, lo que ha traído como consecuencia el abatimiento de la proverbial mala calidad de ellos. También hubo falsedades y ocultamientos. Una falsedad: el crecimiento del PIB en el periodo que siendo sólo del 1.7 por ciento se anunció como tres veces más y una omisión: No se dijo nada sobre el terrible endeudamiento desbocado por su gobierno y que acumulado ya llega a los 200 mil MDD., cifra espeluznante.

Se entiende el ánimo presidencial de querer significar los éxitos de Vicente Fox y agregar los suyos. Falta lamentablemente a la probidad a la que está obligado un presidente, cosa que es muy grave, pero más grave aún es el fin último del mensaje que no es precisamente festejar, sino una pieza más de su estrategia electorera.

El Presidente está decidido y lo ha predicado acá y acullá a que su partido no salga de Los Pinos. Los números contradicen sus intenciones: su partido tiene por el momento solamente un tercio de las intensiones de voto que tiene su más fuerte rival: el PRI. Remontar esta diferencia, a pesar de lo que dicen sus voceros es casi imposible, aunque siempre se debe dejar un espacio a todas las posibilidades hasta las absurdas.

Si se observa con detenimiento, todas las acciones presidenciales están dirigidas a ese objetivo y con ello contradice una vez más los principios inaugurales de su partido. Los recursos del gobierno operan a favor de ganar la elección; su coqueteo con los poderes fácticos: grandes capitales a los que se condonan todo tipo de impuestos, a los medios televisivos a los que se regalan fuera de la ley concesiones y más concesiones, los monopolios privados, como Telmex a los que no se les toca, a las corporaciones de trabajadores como los sindicatos de Pemex o el SNTE, a la Iglesia católica, a la que se tolera que baile a placer sobre el 130, al gobierno de Estados Unidos al que se permite y alienta cada día mayor injerencia en asuntos nacionales, como ha sido demostrado con las filtraciones de Wikileakes.

Lamentablemente para él, un poder fáctico que bien equilibra por su peso a los ya anunciados, es el crimen organizado, el que por supuesto no sólo no operará a su favor, si no como ya se ha visto influirá vigorosamente en las elecciones por medio de la corrupción de partidos y candidatos y por medio de la violencia en días previos a los actos comiciales.

El 1º de diciembre, el cuarto cumpleaños, Calderón creyó organizar una fiesta con un acto masivo en un foro de Banamex, ni siquiera una sede de gobierno para hacer su informe, compartido por las alocuciones de todo el gabinete. No logró la asistencia que esperaba; el sitio, además de los rellenos acostumbrados, quedó semivacío.

Fue objetivamente una fiesta triste. Los logros, por más que inflados no interesaron a nadie, y sí, lo que se registró fue alguna frase aceptando que la pobreza extrema, esa que llaman eufemísticamente alimentaria, o sea mexicanos que no tienen nada qué comer, avanzó en cuatro millones de desdichados, aunque él no aceptó responsabilidad alguna, se la cargó al mundo.

Así los números alegres de Calderón son algo más que un penoso festejo. Algo más para con alborozo fascinarnos vociferando: ¡¡¡albricias, ahí vamos!!! No, sus intensiones van más allá, mucho más y habrá que destacarlo, atropellando los principios imprimidos al PAN al momento de su creación, el Presidente se definió como adalid en campaña, una especie de Arcángel San Miguel acabando con el dragón. El seleccionará a su candidato, él manejará la campaña. ¡¡Qué manera admirable de claudicar!!