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El poder en el Palacio Covián
JORGE CARRILLO OLEA
El Palacio Covián, así se le conoció al momento de su construcción e inauguración. Un español de mucho dinero, de nombre Feliciano Covián, mandó construir y habitó la mansión que hoy se conoce con ese nombre. Para los mesurados no llega a palacio, cuando mucho a casona, una más de las construidas por los oligarcas del porfiriato. Creo que ellos tienen razón, dado lo prosopopéyicos que somos los mexicanos, pero tal vez con el sustantivo aludan al poder que ahí se había alojado.
Todo lo anterior resulta irrelevante si se toma en cuenta que ha sido la sede del poder político más vigoroso por décadas, sólo después del Castillo de Chapultepec y Los Pinos. Los más recios políticos posrevolucionarios se alojaron oficialmente en él. Despachaban, decidían, encumbraban, destruían, creaban, salvaban, innovaban, reconfortaban, corrompían, imponían los estilos de la época, pero con una constante: ahí residía el poder.
Ese poder se erosionó en dos sentidos encontrados: 1. Los procesos de transformación democrática, qué bueno, y 2. El menosprecio creciente de los tecnócratas por el respeto a los instrumentos del poder que con incompartida responsabilidad, sostienen y orientan un gobierno.
Déjenme citar algunos huéspedes significativos (orden alfabético): Miguel Alemán, Narciso Bassols, Lázaro Cárdenas, Angel Carvajal, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, Plutarco Elías Calles, Ignacio García Téllez, Abraham González, Victoriano Huerta, Enrique Olivares Santana, Ernesto Uruchurtu, Emilio Portes Gil, Jesús Reyes Heroles, Adolfo Ruiz Cortines. Muchos nombres muy discutibles en cuanto a estilos del manejo del poder. Menos discutibles en cuanto a su eficacia dado el momento que a cada uno correspondió.
Después habría que desglosar las causas del decaimiento de la dependencia. La primera, el lentísimo pero determinante proceso de modificación hacia formas democráticas de ejercer el poder, como fue en 1973, en que se creó la Comisión Federal Electoral y cuatro años más tarde, en 1977, la ley electoral modificó su status y permitió la participación de los partidos políticos registrados —ya fuera bajo la figura de registro condicionado o definitivo— en igualdad de condiciones.
El poder, aunque ya semidiluido del secretario de Gobernación permanecía en sus manos, sin embargo sería sólo el primer real paso hacia el desprendimiento de facultades electorales.
El IFE, creado en 1990 como máxima autoridad electoral, es con lo que la secretaría pierde no solamente el poder de controlar las elecciones sino además el contacto auténtico con los partidos que es en un doble sentido: los procesos electorales y las prerrogativas económicas. Sin esos elementos la relación Gobernación/partidos es una entelequia.
La importancia que tenía Radio, Televisión y Cinematografía radicaba no precisamente en la supervisión de contenidos, clasificación, comercialización y distribución de las producciones de esos medios, ahí estaba Operadora de Teatros, que lo era de decenas de salas, sino más bien en los controles y estímulos que a ellas se otorgaba.
Aquellas visiones restrictivas, o por llamarles claramente de censura, han pasado a la historia, el mundo ya no se somete a ellas. Con la creación del Conaculta, esas funciones pasaron definitivamente a ser decorativas.
La creación plausible de la Comisión Nacional de Derechos Humanos en 1990 fue otro revés. Hasta aquel momento, todas las denuncias, quejas o promociones, a favor de víctimas no sólo del sistema oficial sino también de violadores de derechos con orígenes políticos, se tratabans en la secretaría, aunque aquellas que involucraran presunción de delitos se turnaran a las procuradurías correspondientes y se daba seguimiento a ellas.
Políticamente ayudaban mucho a mostrar una cara accesible y humana del gobierno a las cientos de quejas y denuncias que la sociedad presenta corrientemente. Perder la función fue sensible.
El tema de la relación con los medios de comunicación fue otro centro neurálgico de la secretaría. Los medios encontraban en ella al primero de sus insumos: información, muchas veces abierta y pública, muchas veces solamente orientadora sobre acontecimientos presentes o venideros. Recordar también que la secretaría controlaba la producción e importación de papel a través de PIPSA, así como contratos para la impresión de material oficial, principalmente el Libro de Texto Gratuito, ante la insuficiencia deliberada de Talleres Gráficos de México. A más, la función de comunicación del gobierno se sitúa en Los Pinos, donde debería residir exclusivamente la vinculada a su huésped y el resto en Gobernación. Otro descalabro serio.
El monopolio de la inteligencia política, con todos sus defectos era su patrimonio. A la creación del Cisen y aunque el entonces secretario Gutiérrez Barrios luchó porque fuera solamente un órgano desconcentrado de la secretaría, la realidad es que eso es una ficción. Su director acuerda directamente con el Presidente de la República y hacia el secretario generalmente se cubren solamente las cortesías.
Podría alargarse esta lista de pérdidas institucionales, pero por razones de espacio ya sólo se mencionarán a las que no son institucionales, sino que corresponden al talante del presidente del momento y que giran de manera impresionante sobre el grado de confianza y/o pérdida de ésta, que en todos sentidos y por cualesquiera razones se tenga sobre el secretario del momento.
Unas de ellas son: aquel cúmulo de funciones extralegales que el presidente le quiera otorgar a su jefe de oficina, secretario particular, (agravante que acaba de darse), a su jefe de comunicación social o algún otro miembro de su gabinete. Cada rasgo de confianza que fuera más allá de lo que señalan las regulaciones como límites del poder que reside en auxiliares de presidenciales, obran en perjuicio de la Secretaría de Gobernación.
Está la institución que en algún sabio gobierno se llama ministerio del interior y de seguridad del Estado. Es una especie de Peñón de Gibraltar, inamovible, imperturbable, poderosa e indiscutible. La nuestra evidentemente no lo es. Hoy se destaca o lo intenta, con vacíos discursos del secretario hablando de temas que no son estricta o directamente suyos, como la seguridad pública, o bien la atención a desastres humanos o naturales o a evidenciar su incompetencia en materia del tema de migraciones, su debilidad ante un clero católico levantisco y más.
Quizá lo más lamentable de todo, además de la disfunción del gobierno, es que una vez más no existe un proyecto. Pena es que se exhiba que nadie ha sido capaz de decir qué se quiere del área que supuestamente rige la política interior de manera integral. Es una constante del gobierno de Calderón, las indefiniciones, las faltas de proyecto. Resultado de ello son las descoordinaciones, incomunicación, cruces, vacíos, reyertas, voracidades, aislamientos y demás de las que ya todo mundo sabe, supongo que también el Presidente de la República.
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